lunes, 19 de noviembre de 2012

A ANTONIO QUINTANA


Conocí a Antonio Quintana en el mes de abril del año 2008, en la ermita de Pajarito, cuando me disponía a presentar el proyecto de la Cofradía de la Vera Cruz a un grupo de personas, amantes de Badajoz y de su Semana Santa, para ver si era posible llevarlo a la realidad. Recuerdo que desde que Antonio vio una imagen de la Virgen de la Consolación proyectada en la improvisada pantalla prendió en él una ilusión y un cariño por ella que lo acompañaría siempre, hasta sus últimos días, y que, como después me confesaría, aunque pensaba que el proyecto era una locura, lo encontraba tan bello y tan ilusionante que había que apoyarlo. Y así lo hizo, y de qué manera, hasta el final de su vida.  Nunca podré agradecerle lo suficiente su aliento, su confianza, su seguridad y su tutela en estos difíciles inicios de la Hermandad. 
Alto funcionario de la administración con merecido reconocimiento, como la medalla al Mérito Policial, por aquel entonces Antonio era Diputado en la Asamblea de Extremadura del partido de la oposición. Era un político honesto, comprometido, receptivo con los problemas de los ciudadanos y muy trabajador. Así, pasaba muchas horas en su casa elaborando interesantes propuestas para el parlamento, las cuales eran rechazadas automáticamente por el partido mayoritario del gobierno, con el que mantenía una exquisita relación personal, y algunos de cuyos miembros le confesaban después en el pasillo que su proposición era muy buena y que ya la plantearían ellos como propia pasado un tiempo para que prosperase. Junto a esta dura tarea Antonio puso su coche, su tiempo y su dedicación durante muchos años para llevar el proyecto de su partido a los pueblos más recónditos cuando no había ninguna opción de victoria y, cuando éste ganó las elecciones, le pagaron con la moneda con la que en este país se suele premiar a los mejores.
Esposo, padre e hijo ejemplar, de profundas creencias religiosas, siempre fue un ejemplo para los demás por su seriedad, afabilidad, educación, amor y humanidad.
Recuerdo las muchas, deliciosas y apacibles horas de viaje con él de copiloto a Sevilla, para ver cómo iba la imagen del Santísimo Cristo del Amor, con el cariño y la admiración que profesaba a nuestro imaginero Eduardo, y a la orfebrería Angulo de Lucena, momentos en los que tanto disfrutaba viendo como los proyectos de la Cofradía se materializaban en una feliz realidad. Me emocionaba ver aquella ilusión de niño en su cara cuando contemplaba la talla, cuando imaginaba cómo sería nuestra primera salida en procesión o cómo lucirían los varales en el paso de palio, aquellos para los que él fue el primero en poner no sólo su ilusión y su apoyo, sino también su bolsillo. Reconfortaba admirar aquel brillo cómplice en sus ojos claros cuando hablábamos de cómo sería el cortejo en la calle. Si no podía venir, su número era el primero que aparecía en la pantalla del móvil cuando llegábamos para preguntar qué tal iba todo. Y esa ilusión la mantuvo viva hasta el final, pues unos días antes de su muerte aun tenía fuerzas para vender la lotería de Navidad de la cofradía a través de sus amigos, de seguir con el curso de Formación Cristiana para las cofradías e, incluso, corregirme un error en el texto de nuestra Hermandad para una publicación de Semana Santa. La última vez que pude disfrutar de su presencia -qué pena no haberlo hecho más tardes últimamente- pues sin darnos cuenta lo urgente desplaza siempre a lo importante, Antonio seguía preguntándome cómo sería  la Cruz de Guía de nuestra cofradía, aceptando siempre amablemente los consejos y opiniones que le dábamos. Hoy podemos decirte que no te preocupes, Antonio, pues esa insignia que tanto anhelabas, sea como sea su forma o su material, siempre llevará tu nombre y tu recuerdo pues nuestra verdadera Cruz de Guía serás siempre tú, tu ejemplo, tu dedicación, tu lealtad, tu entusiasmo, tu amistad y tu cariño.
Antonio siempre estaba disponible, característica principal que debe tener un buen amigo; para consultarle, para pedirle un favor o, simplemente, para decirle: ¿estas vestido? Pues en diez minutos paso a por ti que vamos a ir a un anticuario de Borba a comprar unos paños de altar para la cofradía, a lo que él respondía –Te espero en la parada del autobús, donde siempre-. Y allí aparecía él, puntualísimo, distinguido e impecable con su chaqueta y su corbata y con una sonrisa siempre en los labios. Siempre decía lo que pensaba sin ofender a nadie y con exquisita educación y tacto y a él se deben innumerables gestiones, como las habidas ante el arzobispado, para la aprobación de la Cofradía.
Vera Cruz, Amor y Consolación fueron las tres advocaciones que llevaba en su alma y que siempre le acompañarán, pues muy bueno debe ser ese proyecto de Cofradía que se está montando allí arriba para que en el mismo año “Joselón” y “Antonio” hayan emprendido el mismo viaje hacia Jesús.
Cuando un amigo de verdad, que llevó su vida, su súbita y terrible enfermedad y su muerte con la misma elegancia y naturalidad con la que vestía y trataba a los demás, se va de entre nosotros, el tiempo no hace sino agrandar su pérdida y aumentar su recuerdo. Por ello siempre vivirá entre nosotros, no sólo en la memoria, sino en nuestro corazón, pues sé que todo lo que hagamos en la Vera Cruz le seguirá llegando a él al alma y dibujará una nueva alegría cómplice en su rostro. Queremos que sepas que en aquella triste tarde de miércoles, mientras te despedías de tu querida Virgen de la Consolación,  en la iglesia de la Concepción nos quedábamos los hermanos hasta bien entrada la noche trabajando, con profunda tristeza pero con más aliento aun, colocando los enseres, ordenando y recogiendo ropa para los más necesitados en el último día de la Campaña. Sabemos que te alegrará saber que ésta ha superado todas las expectativas y que hemos podido llevar al comedor de Martín Cansado mil quinientos kilos de ropa. Ese es nuestro mejor regalo para ti.

Hasta siempre:

Antonio Manzano Marchirant

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